

Reconozco que despierta más mi admiración la valentía en acciones anónimas que las de grandes heroicidades destacadas en la historiografía. Nos han adiestrado de tal manera que sólo vemos la historia como una sucesión de grandes acontecimientos y nombres célebres. Es por eso que agradezco el desarrollo de la Historia social por parte de historiadores marxistas y comunistas que defendían la necesidad de estudiar la ‘historia desde abajo’.
¡Que nadie se asuste!, leer palabras como marxismo y comunismo, incluso nombrarlas en voz alta, ni son contagiosas ni obligan a la militancia. Sin embargo, se hace necesario reconocer que fueron esos movimientos los que nos explicaron que la historia la hacemos la gente.
La historia que me interesa contar aquí la conocí por Antonio Ortega, catedrático de Historia contemporánea de la Universidad de Granada. Ortega explicaba como, en 1860, las leyes en Andalucía no reconocían como sujetos jurídicos ni a mujeres ni a niños y es por ello, que ante la prohibición de recolectar los recursos del monte (madera, aromáticas, esparto, etc.) porque se había concedido la licencia de explotación a empresas extrajeras, las mujeres granadinas, sabiendo que no podían ser acusadas judicialmente, se sentaban en el monte para impedir la extracción de esos recursos.
Lo primero que (me) llama la atención es descubrir que esa y otras historias similares no nos las han contado en la escuela.
También (me) llama la atención que no hace tanto tiempo, en la generación de la madre de mi abuela, todavía no se reconocía como persona jurídica a las mujeres lo que viene a querer decir que no se reconocía a la mujer capacidad para obrar y, afilando un poco más, capacidad para pensar y decidir. Recordemos que, hasta 1975, el marido tenía en su mano reconocer esa capacidad de obrar a través de la ‘licencia marital’. De la pertenencia al padre se pasaba a la del marido y no parece que a los hombres les incomodara esa idea. Me pregunto qué pensaban los hombres sobre ello (en la intimidad, por supuesto).
Lo siguiente que (me) llama la atención es que el miedo a oponerse a la autoridad debía ser igual para hombres y mujeres; sin embargo, eran las mujeres las que ponían en riesgo sus cuerpos dominando el miedo poniendo en valor no solo la incongruencia de la ley, sino el valor de la oposición (resistencia) pacífica. Es verdad, ellas no irían a la cárcel, pero conociendo los recursos disciplinarios de quienes ejercen el poder, mérito, y mucho, lo tuvieron.
Por último, (me) llama también la atención la fuerza que mueve a estas mujeres, por un lado, a defender los recursos de las tierras que hasta ese momento habían sido comunales y se habían entregado a la explotación extranjera, por otro, al valor dado al medio natural que les era vital. Claro, eran otros tiempos, pero el agotamiento de los recursos naturales (me) hace pensar en que la relación de pertenencia a nuestro sistema ecológico próximo va más allá de la época en que se vive, incluso en esta tecnocracia actual: las máquinas no pueden dar manzanas y si conseguimos que las den, ¿por qué preferirlas a las naturales?
A cada cual la historia les sugerirá unas ideas y cada cual extraerá sus propias conclusiones. Las mías se vinculan a cuatro palabras:
memoria
la que ha olvidado mencionar la intervención de las mujeres en la historia social,
igualdad
además de género, la racial y de clases, porque es injusto que se conceda más valor a unas personas sobre otras,
pacifismo
porque solo en paz las personas podemos desarrollarnos en igualdad y
ecologismo
porque somos parte de la naturaleza y dependemos de ella; por mucho que nos engañemos, eso es así.
Y no, tampoco esas palabras son contagiosas, pero ayudan a entender.
¡Feliz y reivindicativo 8M!

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